Capítulo V.
Diario de Markus Hass
3 de Abril del año de Nuestro Señor 1493.
Entrañas del castillo Basarav, Transilvania.
Mi compañero de celda se revuelve. Los últimos años casi parece que pueda adivinar su estado de ánimo. Pese a no haberle visto jamás, estoy seguro de que está muy contento. Algo ha ocurrido que le ha puesto de buen humor, sean cuales sean sus planes están tomando forma rápidamente pues su agitar me es obvio incluso en mi estado de letargo.
Pasa un rato, que podrían ser minutos, días o semanas antes de que vuelva. Con voz aterciopelada mi compañero anuncia que ha llegado la hora de mi liberación. Me la ofrece sin pedir nada a cambio, quizá sabedor de que nada tengo que ofrecer. Con un rugido acepto, mis cadenas se rompen y por primera vez en casi un siglo noto revolverse la sangre en mis venas. La fuerza vuelve con lentitud, un hormigueo primero, un sabor metálico en el paladar y finalmente el tacto de la piedra a mí alrededor.
“Eres libre compañero” resuena en mis oídos. Soy consciente de levantar un brazo. El olor de la sangre me llega en claros efluvios y no tardo en perder el control. Soy testigo de cómo el Hambre de ochenta años se apodera de mí y no hago amago de detener la caza hasta que las paredes teñidas de rojo dejan de llamar mi atención y me noto saciado. Media docena de astas rotas sobresalen de mis extremidades y llaman mi atención hacia mis pies, en un charco de sangre yacen media docena de hombres, Ghouls por el sabor de la Vitae. Un rugido surge de mi interior cuando estiro mis articulaciones, dormidas tanto tiempo. Los crujidos de mis estiramientos casi logran desviar mi atención del Cainita que trata de pasar desapercibido al final del pasillo. Casi.
Con un último “clac” que hace mi cuello al flexionarse, me dirijo saciado, hacia el vampiro. No tardo en reconocer a Dragomir Basarab, un ligero temblor le agita como una hoja en otoño pero sin duda es él. En el momento no comprendo cuál es el motivo de su preocupación e inocentemente miro a nuestro alrededor buscando posibles amenazas. No las encuentro y me acerco más todavía a mi anfitrión hasta que sólo dos cuerpos nos separan. Oigo el sonido de una daga metálica al caer al suelo cuando mis manos se cierran en sus hombros y susurro: “Bueno es ver una cara amiga al despertar”.
Ahora comprendo lo perturbador que puede ser presenciar a Ancillae tan poderoso como yo alimentándose de tus ghouls para recuperar el control unos segundos antes de cruzarse contigo. Sobre todo si dicho Ancillae es conocido diabolista y se le da por muerto. Lamento profundamente haber hecho pasar ese mal trago al pobre Dragomir. Espero que no tuviera mucho cariño hacia sus guardias…
Dragomir Basarab. |
Dragomir me recuerda nuestras vivencias comunes en un intento supongo por recordarme nuestro pasado como aliados. Me ofrece quedarme unos días para recuperarme pero muchos años se ha retrasado ya la hora del pago. El primero de mi Lista debe caer. El Señor Traidor, Mircea Dzradescu. Como su vasallo acepté cargar con la culpa de los actos cometidos por nuestra cuadrilla al matar a Nova Arpad. Sólo uno se ocultaría un tiempo para evitar los fuegos de la guerra. Pero como mi compañero de celda no se cansaba en repetir, pronto quedó claro que sólo era una herramienta para él y una vez cumplido mi deber, me condenó al olvido de los siglos. Interrogo a mi anfitrión y éste me sugiere que busque en el castillo de Alexandru. Si no encuentro allí a Mircea, mi antiguo compañero podría ponerme en el buen camino.
Quizá aliviado por mi temprana marcha, Dragomir me ofrece vestiduras, montura, una armadura y espada antes de volver a los caminos. Pasan días antes de que llegue a mi destino, pero finalmente, las murallas de mi antiguo aliado se alzan ante mi persona. Todavía no lo sé, pero una vez más, llego tarde. Un nombre de mi Lista ha sido tachado sin mi intervención.
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