Capítulo IV.
Diario de Alexandru.
Día XIX, Mes Juniúm, Año MCDLXXII
(19/06/1.472)
No puede haber trance más perturbador que el que pasamos anoche. Tras un duro camino llegamos a la Obra Magna. Ya solo acercarse a la puerta de la catedral es abrumador. Una presión aplasta por igual tu mente y tu cuerpo. Tiberiu se queda fuera. Las voces y gemidos de las almas atrapadas entre sus paredes se escuchan bastante antes de verlas. Y la sensación que te asalta al entrar es a la vez extasiadora y terrible. La misma catedral está viva, sus paredes se retuercen y sangran, las caras que a veces asoman gimen de dolor y placer, y grandes arterias surgen a tu paso, tentándote.
La Catedral de la Carne por dentro. |
Desde que cruzamos la puerta mi mente se vuelve confusa, solo recuerdo retazos. Yorak plantado ante nosotros, Gerome cediendo a sus más bajos instintos y alimentándose de la misma catedral, Vlad acercándose hacia Yorak como una novia hacia el altar. Se entrega sumiso al hijo del Más Viejo, y éste se alimenta gustoso de su cuello. Cada sorbo parece proporcionarle el mayor placer, su cara extasiada mira al cielo y sonríe bobalicona, y justo una gota de la sangre de Drakulea cae al suelo. La catedral se estremece, se retuerce y tiene espasmos. Unas especies de tentáculos carnosos caen sobre Yorak. La catedral tiene hambre y se va a alimentar de su creador. Todo se retuerce y torna en caos. La caverna esta viva y se alimenta de Yorak. Los intestinos le rodean y miles de diminutas bocas deciden devorarle.
Yorak. |
Todo tiembla, ella ya no nos quiere aquí, huimos, caemos, rodamos y los espasmos de las mismas paredes nos empujan hacia fuera. Un icor nos embadurna y nos quema, y cuando sólo queda caos y oscuridad, somos vomitados. Caemos rendidos en su puerta y esta se cierra (quién sabe si para siempre). No podemos movernos, no podemos actuar, y vemos a Vlad coger un caballo y marcharse más rápido que el viento. Ha decidido que conseguirá lo que quiere con su propio poder, creo que ahora si se le puede llamar loco. Tiberiu no ha conseguido escapar del poder de la catedral (o quizá de otro ente más poderoso). Lo último que vemos antes de que caiga inconsciente es a él acercándose a nosotros con los ojos en blanco balbuceando “Kupala, Kupala…”. Citando las palabras de Leda “No sabes quién, pero alguien tiene las de ganar”, ya sabíamos que el Más Viejo estaba en el carro ganador, ahora empezaremos a pensar que Kupala también lo está...
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