jueves, 3 de febrero de 2011

Crónicas de Transilvania

Capítulo I.
Diario de Sir Markus Hass.


25 de Abril de 1198.
Klausenburg, Transilvania.
Después de pasar diez días horribles en el camino hemos llegado a una de las siete ciudades principales de Transilvania. Entonces todavía no lo sabíamos pero Klausenburg pertenece a Mitru el Cazador. Bien por él. Después de tantos días de viaje el hambre empieza a tantear las fronteras de la Bestia y un cainita cauto debe cuidarse de no estar mal alimentado en el camino. Cuando el tabernero del pueblo nos dijo que no quedaba sitio en la ciudad y que deberíamos movernos hasta la siguiente posada del camino, que supuestamente no estaba muy lejos, tuve claro que Klausenburg era la última ciudad en la que alimentarse antes de llegar a Bistritz, que no estaba precisamente cerca. Alexandru y Leda preferían continuar hambrientos pero Shul, Gerome y yo teníamos claro que alimentar a cinco vampiros en la siguiente taberna no era una opción. No sé de quién se nutriría el cristiano Padre pero cuando alcanzó de nuevo al convoy desde luego estaba más sonrosado que antes. Por otro lado la escapadita con Shul me ayudó a comprenderle mejor. Entramos en una casa por una ventana y empezamos a registrarla en busca de presas. Shul no será el mejor cortesano de Albión pero desde luego es silencioso. Yo hacía crujir cada madero de la vieja casa pero Shul era capaz de andar a largos pasos sin emitir el más mínimo sonido. Cuando encontramos el cuarto de los niños Shul se mostró contrariado, me miró con una especie de timidez totalmente fuera de lugar en un depredador y susurró “son niños, no puedo”. Casi me echo a reír pero no era el momento de enemistarme con un miembro del grupo tan prometedor. “Por supuesto, busca a los padres”. Mientras él se alimentaba un poco de cada progenitor yo hice lo que había venido a hacer. Nuestros caballos alcanzaron al convoy enseguida y afortunadamente no nos habíamos perdido lo mejor de la noche.
A la vuelta de un recodo del camino nos esperaba una emboscada clásica ejecutada con toda perfección. En un principio pensé en salteadores o esclavistas como los que habíamos visto en Buda pero quedó claro que me equivocaba cuando dos de los atacantes lanzaron vasijas de brea sobre los carros justo antes de que arqueros entre los árboles les prendieran fuego con flechas incendiarias. Sabían lo que éramos y mi primer pensamiento fue que el tal Roland tenía un brazo muy largo si llegaba hasta Klausenburg. 
¡Emboscada!
 
De un grito me aseguré de que Zorbos se encargara de sacar a Mariuska del carromato y me lancé preso del ansia por el combate hacia los oponentes más cercanos. Un par de flechas me alcanzaron y noté el ligero quemazón del fuego en el acero ardiente. Desgraciadamente para los atacantes no estaban informados acerca del número de cainitas y nuestras habilidades porque nos lanzamos sobre ellos acero en mano y aquello se convirtió en una carnicería. De nuevo Alexandru mostró su habilidad con la espada acabando con tres arqueros, el fuego asustó a Leda que salió corriendo. A diez metros de los carros, con un rugido, las manos de Shul se convirtieron en unas garras bestiales y adquirió una velocidad endiablada. Garrazo tras garrazo se lanzó hacia otro grupo de arqueros. Llamé al poder de mi sangre y me lancé hacia los bandoleros más cercanos abriéndome paso gracias a la fuerza impía de la sangre de Caín. El Padre Gerome fue alcanzado por una flecha de fuego y su disfraz falló momentáneamente. La imagen apacible del buen cristiano se transformó en la de un horrible Nosferatu purulento. 
La verdadera forma de Gerome.

Con un grito de odio saltó hacia las ramas bajas de un árbol para acabar con uno de los dos jefecillos que disparaban flechas a una velocidad sobrenatural. Fue toda una alegría que Gerome subiera antes de que yo llegara pues el jefecillo le lanzó la cazuela de fuego y cenizas que usaba para prender las flechas. Un aullido horrible surgió del Nosferatu en llamas cuando salió corriendo. El condenado bandido del árbol comenzó a reír.
Con un rugido embestí el árbol y agarré el tronco con fuerza. El maldito dejó de mofarse y se agarró a las ramas. Tensando los músculos tiré con todas mis fuerzas y partí el árbol por la mitad. Ya no se reía tanto cuando cayó despatarrado a mis pies. Se medio incorporó y sacó unas garras como las de Shul pero no consiguió esquivar mi espada y se fue al suelo de nuevo abierto de lado a lado. El otro arquero cainita, al verse sólo, salió corriendo y rápidamente nos dejó atrás. Giré mi vista hacia el vampiro malherido que se retorcía a mis pies con intención de interrogarle pero lamentablemente nuestro montaraz no pudo contener su ira, con un garrazo acabó el trabajo y esparció sus cenizas a los cuatro vientos.
Exultante por nuestro triunfo, todavía no me había dado cuenta del alto coste que había tenido para nuestro bando. Los carromatos en los que transportábamos las letras de cambio y recursos con los que comenzar nuestro castillo ardían por los cuatro costados. Nos encontrábamos en terreno hostil y prácticamente sin blanca cuando apareció un nuevo amigo. Estábamos limpiando nuestras armas y alimentándonos de los caídos cuando un grupo de carromatos que venían en dirección opuesta apareció de la nada. Nos salió al paso un cainita Tzimisce que decía llamarse Myca Vykos. Al aparecer había sido atraído por el ruido del ataque y dijo conocer a nuestro oponente. Según Vykos, el príncipe Gangrel de Klausenburg, Mitru el Cazador, no toleraba intrusos en su territorio y los ataques contra vampiros eran comunes. Nos contó que el cainita que abatimos era su chiquillo. Me alegro de haber hundido mi acero en las entrañas de ese bastardo, seguro que Mitru no estaría contento de haber sido rechazado por un grupo de neonatos dejando a su prole tendida a mis pies. Espero que sea lo bastante estúpido como para volver a intentarlo.
Mitru el Cazador.

Afortunadamente para nosotros, Myca resultó ser un viejo amigo de Radu, príncipe de Bistritz, por lo que nos ha concedido hospedaje en sus carromatos y dice que nos acompañará hasta nuestro destino.
Myca Vykos.

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