miércoles, 27 de julio de 2011

Crónicas de Transilvania.

Capítulo V.
Diario de Markus Hass.


22 de Octubre del año de Nuestro Señor 1493.
Abadía de la Sagrada Corona, cerca de Thorns, Inglaterra.
Los Assamita sufren la imposición del ritual taumatúrgico. Muchos Anarquistas se rinden en masa. ¿Pero dónde estamos nosotros? En Silchester.
Vykos nos ha llevado a nosotros y a decenas de Anarquistas a las afueras del cercano pueblo de Silchester. Allí, horrorizado, contemplo como Myca enardece a los Cainitas y les alienta a dejar una marca que el cónclave no olvide. Con un aullido, se lanzan hacia los campos de Silchester con la intención de causar una masacre. Leda, Shul y Alexandru, como meros animales, les siguen y comienzan a mutilar todo lo que se cruza en su camino. A mi lado, igual de horrorizado que yo, sólo queda el Padre Gerome.

Con lágrimas de ira rodando por mi faz, caigo de rodillas pues Vykos parece que va a salirse de nuevo con la suya. Todo era una actuación y éste es su movimiento final. Levanto la vista cuando Gerome me coge por el codo y me susurra: “Todavía hay algo que podemos hacer”. El Padre usa sus Disciplinas para dar a algunos Anarquistas el aspecto de inocentes campesinos. Sus compañeros, engañados, atacan a sus propios “hermanos”. 

Cuando el ataque ha acabado, Gerome saca de sus túnicas una especie de hisopo que contiene un extraño líquido. Lo rocía sobre un cadáver cercano y ante mi sorpresa, el cadáver resucita. Antes de que me de tiempo a santiguarme, Gerome me urge a que le acerque a los muertos, todavía hay algo que se puede hacer para remediar en parte lo ocurrido. Trabajamos lo más rápido que podemos y el milagro se extiende ante mis ojos. Decenas de muertos vuelven a la vida ante nuestra asombrada mirada. Cuando el líquido se acaba, Gerome y yo compartimos una mirada que mezcla asombro y miedo ante lo que acaba de ocurrir. Los Cielos parecen haber perdonado nuestros pecados y por primera vez no me siento como si fuera otra mera herramienta del infierno o de los Antediluvianos.
Gerome me agita y me seco las lágrimas. A lo lejos llegan los gritos de los seguidores de los antiguos que vienen a darnos caza y no creo que estemos en disposición de explicar lo ocurrido. En la orilla cercana veo como Vykos y el resto huyen en un barco que se aleja. No queda remedio, supongo que es cierto aquello de “mantén aún más cerca a tus enemigos” así que cojo en brazos a Gerome y llamo al poder que mi sangre maldita y el paso de los siglos me ha concedido. Tras una rápida carrera y un salto de dos docenas de pies aterrizamos bruscamente en mitad del barco con un crujido de protesta por parte de los maderos. Nuestros salvajes compañeros, cubiertos de sangre, nos sonríen sin sospechar nada. Mejor así…

Cuando el amanecer se acerca, dejamos el pueblo de Silchester, cuyos campos están inundados de sangre. Gerome no puede sino musitar las palabras de Anatole: “cuidado con el campo de sangre”...

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