Capítulo 11.
Diario de Leda.
Dia 17 de Marzo de 1314.
Alceditz. Transilvania.
En esta noche llegamos a una pequeña aldea llamada Alceditz, esperando encontrar reposo en la única taberna del lugar. Grande fue nuestra sorpresa cuando descubrimos que un grupo de caballeros de la orden teutona se estaba alojando a su vez en la posada. Su presencia era ciertamente perturbadora, pues el poder de su fe conoce cientos de maneras de hacer sufrir a nuestra Estirpe.
Goratrix envenenó nuestros oídos con la promesa de los tesoros que decía saber portaban estos teutones. Nos dijo que en su haber tenían lo que los cristianos llaman el Santo Grial, un objeto del que bebió su dios encarnado y otras reliquias de gran importancia para creyentes como Gerome, que indudablemente no temió cometer lo que él llama el pecado de robar para poseer los objetos ansiados de su horrorosa fe.
Así pues, mientras otros preparaban sus propios modos de asaltar a los caballeros, Shul y yo nos adentramos un poco en el bosque donde él fingiría atacarme, atrayendo así la presencia de tan nobles caballeros, distrayéndoles de su cometido vigilante. Nuestra estrategia funcionó perfectamente, pues hasta nosotros llegaron tres caballeros, con quienes nos fue espantosamente difícil acabar, pues el poder de su fe quemaba nuestras heridas. Hemos de suponer que el reto de enfrentarse a los caballeros dentro de la taberna debió de ser también imposible para el resto de mis compañeros que acabaron retirándose con Shul y nosotras Leda hacia el bosque.
Por largo rato corrimos, alejándonos del acoso de los teutones. Durante la carrera pudimos reflexionar sobre lo acontecido y supongo que más de uno al igual que nosotras vio que era más que posible que aquello no hubiera sido más que una sucia treta de Goratrix para deshacerse de nosotros. He de suponer que fue la madre fortuna la que quiso que mis compañeros de destino fueran tan bravos guerreros.
De pronto, durante nuestra huída oímos el ruido de unas campanas acercándose a nosotros y, de pronto, de entre las sombras surgieron un grupo de figuras que nos abordaron fatalmente.
Me resulta imposible relatar lo que seguidamente aconteció, tan solo retazos de mi perturbado espíritu son capaces de abordar el horror que se abalanzó sobre nosotros. Tan sólo puedo recordar el ardiente dolor crucificándonos, castigándonos cuando el rostro sin faz nos mostró nuestro propio final que sentimos más real que el beso de la muerte que un día nos dieran nuestros creadores. Apenas pudimos resistir el dolor del poder de Tremere, el mismísimo fundador del clan, en nuestros espíritus, incluso Alexandru, siendo uno de los más bravos guerreros que jamás he visto cayó en letargo, incapaz de soportar el sufrimiento.
La comitiva, que había venido a por Goratrix, impidiéndonos así acercarnos a la fortaleza, se retiró, dejando más atrás a un hombre que se identificó como Etrius. Olvidándonos, por fin de Goratrix y sus baladíes promesas le pedimos a Etrius que nos dejara llegar hasta Ceoris. Le contamos nuestra misión y le explicamos que era necesario hacer los grabados en su fortaleza para finalmente atrapar a Kupala en su cárcel de tierra y fuego.
Él mismo se ofreció a hacer los grabados pertinentes, librándonos así de nuestra obligación y protegiendo la localización de su morada.
Exhaustos y todavía aterrorizados, hemos decidido regresar de nuevo a Balgrad, hogar de Gerome, pues es el refugio más cercano que tenemos ahora y los demás nos sentimos incapaces de llegar hasta nuestras propias ciudades sin haber descansado nuestros cuerpos y espíritus.
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