El antiguo trono que gobernaba la sala de audiencias del castillo crujió levemente cuando Derrik se puso en pie. Avanzó lenta y pesadamente en dirección a la puerta situada a su derecha, que llevaba a un pequeño balcón desde el que se podía observar toda la ciudad.
Derrik apoyó sus manos en la verja oxidada y disfrutó del gélido viento en su rostro. La ciudad dormía en paz, disfrutando de una tranquilidad que había sido escasa en las últimas semanas, ignorando que una nueva puñalada del destino se acercaba veloz como los rayos. Derrik trató de dejar de pensar en ello durante un rato.
Al fin y al cabo el había hecho todo lo que estaba en su mano para evitar la catástrofe. Había actuado siempre acorde a los mandamientos de su Señor y había acatado todas las órdenes de sus superiores, incluido el tomar el control de la ciudad, cosa que no le agradó en su momento y tampoco le agradaba ahora. Aunque claro, ahora era comprensible estar a disgusto con la situación. Derrik se dejo llevar por sus pensamientos y recreó varias veces en su cabeza el momento en el que su superior le pidió como un favor que aceptara el cargo de gobernador. El se mostró reacio desde el primer momento pero en su interior sabía que no podía negarse.
Levantó la cabeza y observó el horizonte, mas allá de las altas murallas de la ciudad aparecieron numerosos puntos de luz, como si de decenas de hogueras en movimiento se tratase. Derrik supo entonces que no le quedaba demasiado tiempo y comenzó a repasar mentalmente todo lo que había hecho durante los últimos diez días, esperando que fuese suficiente y no hubiese olvidado nada importante. Era mas que probable que aquellas personas afines a él no terminasen de entender nunca el porque actuó así. Era normal ya que ni el mismo lo tenía claro del todo. Quizás todo formase parte de un plan del Señor. Eso esperaba Derrik.
Durante los últimos días había convocado a un gran número de personas. Había hablado con sus superiores, sus amigos, su familia e incluso con alguno de sus enemigos para entre todos ellos, contener una amenaza que involucraba infinidad de vidas. En su mente quedaba la esperanza de que todos ellos fuesen capaces de hacerlo en su ausencia.
Levanto nuevamente la cabeza y contempló como las manchas de fuego se habían acercado sustancialmente a la ciudad. Era la hora. Los enemigos atacaban nuevamente la ciudad de SantaSombra y Derrik Abdelmalik no cedería la cuidad sin luchar. Entonó su última plegaría a Izrador y corrió a prepararse para la batalla.
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